Comunidad Autónoma Del Principado de Asturias. III. Otras disposiciones. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2025-12397)
Resolución de 14 de mayo de 2025, de la Consejería de Cultura, Política Llingüística y Deporte, por la que se incoa expediente para la declaración de la Trashumancia en Asturias, como bien de interés cultural de carácter inmaterial.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Miércoles 18 de junio de 2025
Sec. III. Pág. 81187
paleoambientales revelan una evolución decreciente de la superficie arbórea pareja a un
alza del protagonismo de las gramíneas y el matorral (Muñoz Sobrino et al. 1997; LópezMerino 2009: 228–30; Moreno et al. 2011: 344), a lo que se une un incremento en la
frecuencia de los fuegos con carácter antrópico en la cordillera Cantábrica (Carracedo et
al. 2018; Sánchez-Morales et al. 2022). Los datos reflejan de forma indirecta una
incipiente presión pastoril sobre los pisos alpino y subalpino desde el Neolítico. En
efecto, tales evidencias podrían ser consideradas señales antropizadoras consecuencia
de la apertura de pastizales para los primeros rebaños itinerantes de la región. Ello
revelaría la extensión de manejos ganaderos que podemos vincular a formas
trashumantes primitivas desde este período.
No solo los datos disponibles para las zonas más elevadas de Asturias reflejan estos
procesos. La temprana apertura de espacios despejados de arbolado en algunas sierras
asturianas ha sido un proceso interpretado como resultado de la generación antrópica de
ambientes propicios para el pastoreo. Las sierras planas del extremo oriental de Asturias
ofrecen evidencias que sostienen tales interpretaciones, conjugando los datos
arqueológicos disponibles en la zona (Pérez Suárez y Arias Cabal 1979; Arias Cabal y
Pérez Suárez 1990; de Blas 2010) con los registros paleoambientales analizados en
turberas próximas, como la de Roñanzas (Llanes) (Moreno et al. 2009; Ortiz et al. 2010;
Gallego et al. 2013).
Las huellas de esos aprovechamientos ganaderos más tempranos de zonas
elevadas como la cordillera Cantábrica o la sierra del Cuera, son difíciles de rastrear a
través de investigaciones arqueológicas (González-Álvarez 2010; Arias Cabal et
al. 2015; González-Álvarez et al. 2016). Únicamente disponemos de referentes
contrastados en la región para los asentamientos neolíticos al aire libre de Las Corvas en
Vigaña (Balmonte de Miranda) (Fernández Mier y González-Álvarez 2013: 354–56), o La
Torca l’Arroyu (Llanera) (Jordá-Pardo et al. 2008). No obstante, su vinculación con
actividades trashumantes exige datos más robustos, debido a la escasa altitud de sus
ubicaciones, y a las limitadas evidencias disponibles para su interpretación como
establecimientos orientados a las actividades pastoriles. De hecho, el entorno del
primero de esos enclaves invita a considerar un aprovechamiento agrario mixto, que
incluye agricultura extensiva y pastoreo (Fernández Mier et al. 2014; GonzálezÁlvarez 2016). No obstante, esos sitios se podrían asemejar formal y funcionalmente a
los establecimientos itinerantes conocidos en regiones vecinas, donde se han
identificado enclaves pastoriles vinculables al aprovechamiento ganadero estacional de
zonas elevadas (Díez Castillo 1995, 1996b), en posiciones coincidentes con
asentamientos pastoriles ocupados en época histórica.
Los monumentos megalíticos constituyen la excepción a la generalizada invisibilidad
de los grupos neolíticos en las sierras y montañas asturianas (de Blas 1997). Su
construcción se generalizó en la actual Asturias tras la extensión de las prácticas
productoras de alimentos (Arias Cabal 1997b; de Blas 2000a). Como ha sido analizado
en regiones vecinas (Criado-Boado 1988, 1989), los monumentos megalíticos de inicios
de la prehistoria reciente se localizan en puntos destacados de las sierras, vinculados
preferentemente con collados, puntos de paso o lugares con amplia visibilidad sobre su
entorno, así como en las proximidades de enclaves pastoriles subactuales. Por ello, la
distribución de estos elementos se vincula de forma recurrente con los
aprovechamientos ganaderos más tempranos en estos lugares (Pérez Suárez y Arias
Cabal 1979; Infante-Roura et al. 1992; Arias Cabal et al. 1995; de Blas 2012; López
Gómez et al. 2016). En particular, se ha vinculado su distribución a la existencia de
caminos o sendas transitadas durante la prehistoria reciente que reflejarían los
movimientos estacionales del ganado, como se observa con mucha precisión en las
sierras interiores del Occidente asturiano (Bouza Brey 1963, 1965; Graña García 1983;
Álvarez Martínez et al. 2011). Tales interpretaciones nos permiten aventurar la relación
entre la presencia de megalitos en un territorio dado con formas de vida caracterizadas
por la alta movilidad de sus constructores, quienes desarrollarían patrones de
poblamiento itinerantes con ciclos estacionales anuales (para complementar el
cve: BOE-A-2025-12397
Verificable en https://www.boe.es
Núm. 146
Miércoles 18 de junio de 2025
Sec. III. Pág. 81187
paleoambientales revelan una evolución decreciente de la superficie arbórea pareja a un
alza del protagonismo de las gramíneas y el matorral (Muñoz Sobrino et al. 1997; LópezMerino 2009: 228–30; Moreno et al. 2011: 344), a lo que se une un incremento en la
frecuencia de los fuegos con carácter antrópico en la cordillera Cantábrica (Carracedo et
al. 2018; Sánchez-Morales et al. 2022). Los datos reflejan de forma indirecta una
incipiente presión pastoril sobre los pisos alpino y subalpino desde el Neolítico. En
efecto, tales evidencias podrían ser consideradas señales antropizadoras consecuencia
de la apertura de pastizales para los primeros rebaños itinerantes de la región. Ello
revelaría la extensión de manejos ganaderos que podemos vincular a formas
trashumantes primitivas desde este período.
No solo los datos disponibles para las zonas más elevadas de Asturias reflejan estos
procesos. La temprana apertura de espacios despejados de arbolado en algunas sierras
asturianas ha sido un proceso interpretado como resultado de la generación antrópica de
ambientes propicios para el pastoreo. Las sierras planas del extremo oriental de Asturias
ofrecen evidencias que sostienen tales interpretaciones, conjugando los datos
arqueológicos disponibles en la zona (Pérez Suárez y Arias Cabal 1979; Arias Cabal y
Pérez Suárez 1990; de Blas 2010) con los registros paleoambientales analizados en
turberas próximas, como la de Roñanzas (Llanes) (Moreno et al. 2009; Ortiz et al. 2010;
Gallego et al. 2013).
Las huellas de esos aprovechamientos ganaderos más tempranos de zonas
elevadas como la cordillera Cantábrica o la sierra del Cuera, son difíciles de rastrear a
través de investigaciones arqueológicas (González-Álvarez 2010; Arias Cabal et
al. 2015; González-Álvarez et al. 2016). Únicamente disponemos de referentes
contrastados en la región para los asentamientos neolíticos al aire libre de Las Corvas en
Vigaña (Balmonte de Miranda) (Fernández Mier y González-Álvarez 2013: 354–56), o La
Torca l’Arroyu (Llanera) (Jordá-Pardo et al. 2008). No obstante, su vinculación con
actividades trashumantes exige datos más robustos, debido a la escasa altitud de sus
ubicaciones, y a las limitadas evidencias disponibles para su interpretación como
establecimientos orientados a las actividades pastoriles. De hecho, el entorno del
primero de esos enclaves invita a considerar un aprovechamiento agrario mixto, que
incluye agricultura extensiva y pastoreo (Fernández Mier et al. 2014; GonzálezÁlvarez 2016). No obstante, esos sitios se podrían asemejar formal y funcionalmente a
los establecimientos itinerantes conocidos en regiones vecinas, donde se han
identificado enclaves pastoriles vinculables al aprovechamiento ganadero estacional de
zonas elevadas (Díez Castillo 1995, 1996b), en posiciones coincidentes con
asentamientos pastoriles ocupados en época histórica.
Los monumentos megalíticos constituyen la excepción a la generalizada invisibilidad
de los grupos neolíticos en las sierras y montañas asturianas (de Blas 1997). Su
construcción se generalizó en la actual Asturias tras la extensión de las prácticas
productoras de alimentos (Arias Cabal 1997b; de Blas 2000a). Como ha sido analizado
en regiones vecinas (Criado-Boado 1988, 1989), los monumentos megalíticos de inicios
de la prehistoria reciente se localizan en puntos destacados de las sierras, vinculados
preferentemente con collados, puntos de paso o lugares con amplia visibilidad sobre su
entorno, así como en las proximidades de enclaves pastoriles subactuales. Por ello, la
distribución de estos elementos se vincula de forma recurrente con los
aprovechamientos ganaderos más tempranos en estos lugares (Pérez Suárez y Arias
Cabal 1979; Infante-Roura et al. 1992; Arias Cabal et al. 1995; de Blas 2012; López
Gómez et al. 2016). En particular, se ha vinculado su distribución a la existencia de
caminos o sendas transitadas durante la prehistoria reciente que reflejarían los
movimientos estacionales del ganado, como se observa con mucha precisión en las
sierras interiores del Occidente asturiano (Bouza Brey 1963, 1965; Graña García 1983;
Álvarez Martínez et al. 2011). Tales interpretaciones nos permiten aventurar la relación
entre la presencia de megalitos en un territorio dado con formas de vida caracterizadas
por la alta movilidad de sus constructores, quienes desarrollarían patrones de
poblamiento itinerantes con ciclos estacionales anuales (para complementar el
cve: BOE-A-2025-12397
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Núm. 146